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Han pasado ya 8 largos pero cortos años desde que abandoné mi patria natal y no fue si no hasta tiempo después que Díos y la vida me dieron la valiosa oportunidad de regresar otra vez.
La partida de Colombia fue un proceso duro y difícil, pero el despedirme de mi madre fue un nivel totalmente fuera de contexto. Un frío y mal diseñado aeropuerto fue el lugar donde nos separamos. Recuerdo vivamente ver a mi madre abrazada con mi hermana llorando sin cesar agarradas una a la otra queriendo desprender cada extremidad en protesta por el egoísta capricho del destino.
Mi vida es Costa Rica y es mi mentalidad y pensar desde que salí de Colombia, sin embargo, cada año tengo la agraciada oportunidad de volver no solo a visitar mi querido y hermoso país, si no también, a unirme y estar una vez más al lado de mi increíble y grandiosa madre.
Sin duda alguna ella fue parte fundamental en el desarrollo de mi carácter y personalidad y aunque el año para nosotros significan tan solo 10 días, veo con acciones como ella deja callados y desmiente a importantes científicos y filósofos que enfáticamente alegan que nadie puede hacer un trabajo perfecto.
Son escasos 10 días en los que ella se encarga de demostrar el verdadero sentido y significado de una relación entre madre e hijo, desbordando y descargando agresivamente todo ese sentimiento y amor guardado por orden directa en su corazón y mente enseñándome así, de una forma práctica que esa persona la cual fue mi hogar y fabrica por 9 meses, es y será por el resto de los días mi madre, amiga y más valiosa confidente.
Simplemente ella es la mujer que me mostró la luz por primera vez y la cual me trajo al mundo con la esperanza y satisfacción de cumplir a cabalidad el papel de madre y al mismo tiempo adquirió el compromiso y sacrificio que conlleva convertirse en la mejor mamá del mundo.
Gracias por darme la vida, gracias por ser mi madre.